"Acabé haciendo lo que llamaban ‘audición feria de ganado’, en la que hay 200 personas y cada una tiene un número". Estoy hablando con Deborah Weiss, la nueva editora de danza de Bachtrack, y me quedo con la boca abierta. "Empiezas una clase de ballet y hay un grupo de personas sentadas delante que, literalmente, echan a la gente de la barra de ballet mientras pienas 'no, forma incorrecta', 'los pies no son suficientemente buenos' o 'las piernas no son suficientemente largas'".

Deborah Weiss como Calíope en la obra de Sir Kenneth MacMillan Elite Syncopations
© Charles Tandy

Como músico de formación clásica, quiero pensar que soy consciente de la presión a la que se ven sometidos los jóvenes cuando empiezan una carrera en las artes escénicas. Pero al hablar con Deborah, me doy cuenta de que el mundo del ballet clásico va mucho más allá de lo que yo haya experimentado".

Deborah se incorporó a Bachtrack en 2022 tras varios años como redactora de danza, trabajando en numerosas publicaciones, entre ellas Dancing Times. Antes de esto, fue bailarina de ballet clásico, se formó en White Lodge, y en la Royal Ballet Upper School. Tras graduarse, se incorporó al London Festival Ballet (ahora English National Ballet), del que llegó a ser solista principal. Más tarde trabajó en el Bayerisches Staatsballett. Ha bailado junto a Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn.

Vuelvo a lo de la "feria de ganado" que suena terriblemente mal. ¿Cómo funcionaba? "Van eliminando hasta que la criba ha reducido el número a los que creen que podrían encajar en la compañía". ¿El London Festival Ballet?, pregunto, Deborah asiente. "Yo era la número 98, y era para un contrato. Lo conseguí".

Como Myrtha, Queen of the Willis en Giselle, de Mary Skeaping
© Sean Conroy-Hargrave

Deborah empezó a bailar cuando tenía unos cuatro años. "Ahora parece increíble, pero yo era una niña increíblemente introvertida y tímida. De hecho, soy gemela, tengo un hermano gemelo. Teníamos nuestras historias propias, y nos manteníamos un poco alejados de los demás. Así que mi madre pensó: vale, la llevaremos a ballet". No salió como estaba previsto. "Fui tres veces, y me negaba a levantarme y hacer nada a menos que mi madre lo hiciera conmigo. Así que lo dejamos, y luego, cuando tenía siete años, volvimos a intentarlo".

A partir de ahí, las cosas avanzaron rápidamente. Uno de sus profesores le sugirió que hiciera una audición para la Royal Ballet School. "El proceso dura un año entero", me cuenta Deborah, para mi horror. "Haces preliminares, tienes que someterte a un examen físico, haces tests para ver si tienes medio cerebro. Y luego haces las audiciones finales. Miles de chavales pasan por el proceso de criba. En mi año en particular, éramos 8 chicos y 12 chicas seleccionados de entre miles de niños".

El ballet es increíblemente agotador física y psicológicamente, algo que difícilmente puede saber un niño de diez años. "Se es muy joven para tomar ese tipo de decisión sobre tu futuro, es increíble cuando lo piensas ahora. A mi padre no le gustaba nada. Le parecía muy inseguro...". ¿Pero seguro que su madre lo había pensado? "No creo que se parara a pensarlo. Se plantearían: sacará el bachillerato, si no va bien, tendrá algo en lo que apoyarse para seguir adelante. Pero te ves arrastrado por todo".

Como Primavera con Maurizio Belleza en The Four Seasons de Ronald Hynd
© Sean Conroy-Hargraves

"La otra cosa del Royal Ballet School", continúa Deborah, "es que te evalúan anualmente y echan a la gente de la escuela. Es muy duro. Cuando yo estaba en la Upper School, a partir de los 17, creo que éramos 8 chicas, se habían unido algunas nuevas, pero nos quedamos en ese número. Y quedaban unos 6 chicos. Números muy, muy reducidos".

La carga de trabajo es intensa e interminable: semanas de seis días, para siempre. "La primera vez que tuve un fin de semana completo durante mi vida laboral fue cuando me jubilé". Las clases de ballet se impartían todos los días de la semana, y el sábado, todo el día. Seguro que semejante carga de trabajo tenía que afectar al cuerpo a una edad tan temprana. "Es una pregunta interesante para una mujer, porque los cuerpos femeninos se desarrollan de forma diferente a los masculinos", dice Deborah.

"Cuando ves cómo se mueve una bailarina clásica, es completamente antinatural. Las caderas están giradas, tienes que levantar la pierna hasta la altura de la oreja. Recuerdo que cuando tenía 11 años, los profesores se me acercaban y me obligaban a levantar las piernas y a girar las caderas. Era muy doloroso. Pero hay que seguir adelante. Tienes que forzarte. Es una manera muy buena de incrementar tu umbral del dolor".

Las presión psicológica del entrenamiento de ballet puede ser tan intensa como las física, si no más. "Creo que para mí, lo más difícil de estar en la escuela era saber que había profesores a los que les gustabas y otros a los que realmente no", dice Deborah. "Recuerdo que algunos eran bastante crueles, no dudaban en decirme que no les impresionaba, que corría el riesgo de que me expulsaran del colegio. Recuerdo un profesor que me dijo que era tan interesante como la pared gris que tenía detrás. Y pensaba, ¿qué se supone que debo hacer? ¡Tengo 12 años!".

"Alguien que conocí en el colegio, que era una bailarina muy guapa y con mucho éxito", me cuenta Deborah, "sufrió de anorexia y bulimia durante toda su vida, después de que alguien, a los 11 años, le dijera que era muy corpulenta". Me sorprende, pero no demasiado. "Hubo muchos casos de 'tienes que adelgazar', pero creo y espero de verdad, que esto se haya sustituido por recomendaciones nutricionales".

Sin embargo, el mundo del ballet clásico puede ser intensamente gratificante para quienes sobresalen, como hizo Deborah. Me habla del ambiente que se respiraba en el London Festival Ballet. "Hay algo muy extraño cuando haces una representación de ballet: no importa el papel que hagas, estás animando a todo el mundo a que lo haga lo mejor posible. Ya sea en un pequeño solo, en la última fila del cuerpo o en el papel principal, quieres que la actuación salga bien. Creo que era un sentimiento genuino y que también lo es en otras compañías. En la película Black Swan hay un ambiente de profundos celos y tenemos esta expresión: "querían ponerte cristales en las puntas". No había nada de eso. El entorno era muy, muy bueno, muy positivo".

Como Olga y Lensky en Onegin, de John Cranko con Mark Silver
© Leslie E. Spatt

Aún muy joven, poco después de incorporarse al Festival Ballet, Deborah tuvo la oportunidad de bailar un papel principal. "Tuve mucha suerte porque era una especie de periodo dorado. Beryl Grey fue mi primera directora: para entonces ya había dejado de bailar, entrenaba, enseñaba y contrataba a gente para su compañía. Hasta que falleció el año pasado siguió siendo una figura muy importante en el mundo de la danza".

Deborah también trabajó con Rudolf Nureyev. "Tuvo algunas producciones en el Festival Ballet: The Sleeping Beauty y Romeo and Juliet se hacían muchísimo cuando yo estaba allí. Tengo que ser sincera: me aterrorizaba. La maestra de ballet de la época solía llamarle "el dios de la danza". Tenía un carácter bastante volátil: no querías enfadarle. Inevitablemente, incluso si haces un pequeño papel, tus caminos se cruzan. Todo el mundo coincide en la clase de ballet cuando estás calentando por la mañana. Tenías que dejarle su sitio en la barra, era como adorar a un héroe (¡pero no me gustaba trabajar con él!)".

Como Fairy of the Crystal Fountain en The Sleeping Beauty de Peter Wright
© Charles Tandy

"Estoy muy agradecida de haber tenido la oportunidad de ver a estas grandes personas explicar cómo deben hacerse las cosas", dice Deborah. "No los olvidas. Recuerdo a Alicia Markova en un ballet llamado Les Sylphides, en el que estábamos de espaldas al escenario (yo formaba parte del cuerpo de baile por aquel entonces) y ella decía '¡no, no, no! Nos daba la espalda y nos decía: "¡Tenéis que mirar a la luna! La luna". Todo el mundo pensaba, ¡estamos en un estudio! Pero estamos intentando mirar a la luna...".

Tras una carrera en el sur de Alemania, bailando para el Bayerisches Staatsballett, una lesión, inevitablemente, truncó la carrera de bailarina de Deborah. "En general, la vida de un bailarín está plagada de lesiones. Lo peor de mi carrera fue que las lesiones que tuve fueron bastante graves, y tenía esa mentalidad en la que pensaba: tengo que seguir adelante. Así que me trataba, iba al osteópata e intentaba sobrellevar el dolor, pero al final se convierte en una lesión crónica, de la que no te puedes librar, porque no te has dado tiempo para recuperarte".

Como Myrtha, Queen of the Willis en Giselle, de Mary Skeaping
© Sean Conroy-Hargrave

"Recuerdo una actuación en París", continúa Deborah, "en la que tenía un dedo del pie muy infectado. Estaba haciendo el papel principal y no podía abandonar, era muy, muy importante. No podía meterme los dedos en la zapatilla de punta. El médico de la compañía me inyectó anestesia en un dedo. Me puse a bailar. No sentí nada y terminé la actuación. Así de desesperado estabas mentalmente".

Aprender estos conocimientos y experiencias de primera mano es muy poco común. Me sentí un privilegiado por escucharla. Estoy seguro de que estas experiencias ofrecen una visión extraordinaria en el arte psicológico y dramático que es la danza. Con toda certeza, Deborah hará una gran aportación a Bachtrack.

Traducción del inglés de Katia de Miguel